Relato: Evangelio armenio de la infancia

La Anunciación en el arte occidental
Por Leontina Alonso Iglesias


EL EVANGELIO ARMENIO DE LA INFANCIA 

"El año 303 de Alejandro, el 31 del mes de adar, el primer día de la semana, a la hora tercera del día, María tomó su cántaro, y fue a la fuente en busca de agua. Y oyó una voz que decía: Regocíjate, Virgen María. Súbitamente, María se turbó, y quedó helada de espanto. Y miró a derecha y a izquierda, y, no viendo a nadie, se preguntó: ¿De dónde ha partido la voz que se ha dirigido a mí? Y, recogiendo su cántaro, marchó precipitadamente a su casa, cuya puerta cerró y encerrojó cuidadosamente. Después, se recogió, silenciosa, en el fondo de la casa. Y, en el estupor de su espíritu, se decía con asombro: ¿Qué saludo es que se me ha hecho? ¿Cuál es el que me conoce, y sabe de antemano quién soy? ¿A quién he visto yo que pueda hablarme en esos términos? Y, pensando en todas esta cosas, se estremecía y temblaba.

Y, levantándose, se puso en oración, y dijo: Señor Dios de Israel, Dios de nuestros padres, mírame con misericordia, y condesciende a mi demanda, y a la plegaria de mi corazón. Escucha a tu miserable sierva, que te implora con esperanza y con confianza. No me entregues a las tentaciones del seductor y a las emboscadas del enemigo, y líbrame de los peligros y de la astucia del cazador, porque espero y confío en que guardarás mi virginidad intacta Señor y Dios mío. Y, luego que hubo hablado así, rindió gracias al Señor, llorando. Y, después de haber permanecido en este estado durante tres horas, tomando la escarlata, se puso a hilar.

Y he aquí que el ángel del Señor llegó, y penetró cerca de ella, estando las puertas cerradas. El ser incorpóreo se le presentó bajo la apariencia de un ser corpóreo, y le dijo: Regocíjate, María, sierva inmaculada del Señor. Como el ángel se le apareciera de súbito, María sintió pánico, y, en su pavor, era incapaz de responder. Y el ángel dijo: No te espantes, María, bendita entre todas las mujeres. Yo soy el ángel Gabriel, enviado por Dios para comunicarte que quedarás encinta, y que darás a luz al hijo de Altísimo, el cual será un gran rey, y prevalecerá sobre la tierra toda. María le preguntó: ¿De qué hablas? ¿Qué es lo que expresas? Explícame este enigma. Y el ángel repuso: Lo que te he dicho, lo has oído de mi boca. Recibe la invitación contenida en este mensaje que acabo de hacerte y regocíjate. María dijo: Lo que me manifiestas es de una novedad desconcertante, que me llena de sorpresa y de asombro, pues afirmas que concebiré y pariré al tenor de las demás mujeres. ¿Cómo ha de ocurrirme esto, si yo no conozco varón? Y el ángel dijo: ¡Oh Santa Virgen María, no abrigues sospechas tales, y comprende lo que te revelo! No concebirás de una criatura, ni de un marido, ni de la voluntad de un hombre, sino del poder y de la gracia del Espíritu Santo, que habitará en ti, y que hará de ti lo que le plazca. María dijo: Lo que me anuncias me parece extraordinario y duro de creer. Yo no puedo conformarme, ni resignarme, con las cosas que me dices. Porque los prodigios de que me hablas, me parecen chocantes en principio e inverosímiles de hecho. Al oír tus palabras, mi alma se estremece de miedo, y tiembla. Mi espíritu continúa en la perplejidad, y no sé qué respuesta dar a tus discursos. El ángel preguntó: ¿Por qué te estremeces, y por qué tiembla tu alma?

Y María repuso: ¿Cómo podré conceder crédito a tus palabras, si jamás oí a nadie otras parecidas, y ni aun sé lo que pretendes comunicarme? El ángel dijo: Mis discursos son la exacta verdad. No te hablo a la ventura, ni conforme a mis propias ideas, sino que te digo lo que he oído del Señor, y que Dios me ha enviado a notificarte y a exponerte. Y tú tomas mi lenguaje por una falsedad. Teme al Señor, y escúchame. La Virgen repuso: No es que considere tus discursos vanos, sino que estoy poseída de un profundo asombro. Aquel que el firmamento y la tierra no pueden contener, ni envolver su divinidad, y cuya gloria no pueden contemplar todas las falanges celestes de espíritus luminosos y de seres ígneos, ¿podría yo sostenerlo, y soportar su ardor infinito, y abrigarlo en mi carne? ¿Cómo sería yo capaz de llevarlo corporalmente en mi seno, y de tocarlo con mis manos? Tu discurso es inverosímil; la idea, incomprensible, y su realización desconcertante. Se necesita más que toda la clarividencia del espíritu humano para escrutarlo y comprenderlo. ¿Quieres alucinar mi espíritu con un discurso engañador? ¡No será así! El ángel replicó: ¡Oh bienaventurada María, escúchame lo que decirte quiero! ¿Cómo la tienda de Abraham recibió a Dios bajo formas corpóreas, sin que el fuego se le aproximase? ¿Cómo habló Dios a Jacob, después de luchar con él? ¿Cómo Moisés, en el Sinaí, vio a Dios cara a cara, y la hoguera en que se le mostró ardió, sin consumirse? A ti te sucederá igual por otro concepto, y no tienes por qué temer a este propósito. Cree solamente, y oye lo que ahora voy a significarte.

María opuso aún: ¿Cómo me sucederá lo que dices? ¿Y cómo conocerá yo en qué día y a qué hora ocurrirá el suceso? Indícamelo. Y el ángel contestó: No hables así de lo que ignoras, y no te niegues a creer lo que no comprendes. Humilla tu oído, y cree todo lo que te revelo. María dijo: No hablo así por incredulidad, ni por desconfianza, pero quiero asegurarme con exactitud, y saber con certeza cómo la cosa me ocurrirá y en qué momento, a fin de que me halle dispuesta y prevenida. El ángel repuso: Su advenimiento puede acaecer a cualquier hora. Al penetrar en tu seno, y habitar en él, purificará y santificará toda la esencia de tu carne, que se convertirá en templo suyo. María dijo: Pero ¿cómo advendrá esto, puesto que, repito, no conozco varón? El ángel dijo: El Espíritu Santo vendrá a ti, y la potencia del Altísimo te cubrirá con su sombra. Y el Verbo divino tomará de ti un cuerpo, y parirás al hijo del Padre celestial, y tu virginidad permanecerá intacta e inviolada. María dijo: ¿Y cómo una mujer, conservando su virginidad, puede tener un hijo, sin la intervención de un hombre?

Y el ángel replicó: El caso no será como piensas. Tu maternidad no será efecto de una concupiscente pasión corpórea, ni tu embarazo consecuencia de una relación conyugal, porque tu virginidad permanecerá pura y sin tacha. La entrada del Verbo divino no violará tu vientre, y, cuando salga de él, con su carne, no destruirá tu pureza inmarchita. María exclamó: Tengo miedo de ti, porque me sonsacas con palabras gratas de oír, y que me causan viva sorpresa. ¿Es que quieres convencerme mediante frases engañosas, como sucedió a Eva, nuestra primera madre, a quien el demonio, conversando con ella, persuadió por discursos dulces y agradables, y que fue en seguida entregada a la muerte? El ángel dijo: ¡Oh Santa Virgen María, cuántas veces me he dirigido a ti, y te he dicho la exacta verdad! Y no crees en las órdenes y en el mensaje que te expresa mi boca, ni aun hallándome en tu presencia. De nuevo me dirijo a ti en nombre de Dios, para que tu alma no se espante ante mi vista, ni tu espíritu dude del que me ha enviado. Y no apartes de tu corazón las palabras que de mí ya has oído. No he venido a hablarte por artificio engañoso de ninguna especie, ni por trampa, ni por astucia, sino para preparar en ti el templo y la habitación del Verbo. María dijo: Ante la insistencia de tus discursos, siento sobrecogido mi ánimo, y me preocupa saber qué respuesta he de dar a lo que dices. Y, si no llego a convencerme a mí propia, ¿a quién podré descubrir mi situación, y persuadirlo de que no miento?

Y el ángel exclamó: ¡Oh Santa Virgen sin mancilla, no te ocupes de aprensiones vanas! María dijo: No dudo de tus palabras, ni tengo lo que dices por increíble, antes bien, soy dichosa, y me regocijan vivamente tus discursos. Pero mi alma se estremece y tiembla ante el pensamiento de que llevaré a Dios en mi carne, para darlo a luz como a un hombre, y que mi virginidad continuará inviolable. ¡Oh prodigio! ¡Y qué maravilloso es el hecho de que me hablas! El ángel dijo: Una y otra vez he repetido mi largo discurso, dándote de él mi verídico testimonio, y no me has creído. Y María repuso: Te ruego, oh servidor del Altísimo, que no te enoje mi insistencia en preguntarte. Porque tú conoces la naturaleza humana y su incredulidad en toda materia. He aquí por qué yo quiero informarme fidedignamente, para saber al justo lo que ha de ocurrirme. No quedes, pues, descontento de las frases que he pronunciado. El ángel dijo: Llevas razón, pero ten fe en mí, que he sido enviado por Dios, para hablarte, y para anunciarte la buena nueva.

Y María respondió: Sí, creo en tus discursos, sé que es verdad lo que hablas, y acepto tus órdenes. Pero escucha lo que voy a decirte. Hasta el presente, he sido guardada en la santidad y en la justicia, ante los sacerdotes y ante todo el pueblo, después de haber sido legítimamente prometida a José, para ser su esposa. Y él se ha encargado de recogerme en su casa, para velar cuidadosamente por mí, hasta el momento que recibamos la corona de bendición, con las otras vírgenes y los otros celibatarios. Y, si vuelve, y me encuentra encinta, ¿qué respuesta le daré? Y, si me pregunta cuál es la causa de mi embarazo, ¿qué contestará a su interrogación? El ángel dijo: ¡Oh bienaventurada María, escucha bien mi palabra, y guarda en tu espíritu lo que voy a decirte! Esto no es obra del hombre, y el fenómeno de que te hablo no provendrá de nadie, y el mismo Señor lo realizará en ti, y él posee el poder de sustraerte a todas las angustias de la prueba. María dijo: Si la cosa es tal como la explicas, y el mismo Señor se digna descender hasta su esclava y su sierva, hágase en mí según tu palabra. Y el ángel la abandonó.

No bien la Virgen hubo pronunciado aquella frase de humillación, el Verbo divino penetró en ella por su oreja. Y la naturaleza íntima de su cuerpo animado fue santificada, con todos sus sentidos y con los doce miembros u órganos de sus sentidos, y quedó purificada como el oro en el fuego. Y se convirtió en un templo santo e inmaculado, y en la mansión del Verbo divino. Y, en el mismo momento, comenzó el embarazo. Porque, cuando el ángel llevó la buena nueva a María, era el 15 de nisan, lo que hace el 6 de abril, un miércoles, a la hora tercera del día.

Y, al mismo tiempo, un ángel se apresuró a ir al país de los persas, para prevenir a los reyes magos, y para ordenarles que fuesen a adorar al niño recién nacido. Y ellos, después de haber sido guiados por una estrella durante nueve meses, llegaron a su destino en el punto y hora en que la Virgen acababa de ser madre. Porque, en aquella época, el reino de los persas dominaba, por su poder y por sus victorias, sobre todos los reyes que existían en los países de Oriente. Y los reyes de los magos eran tres hermanos: el primero, Melkon, que imperaba sobre los persas; el segundo, Baltasar, que prevalecía sobre los indios; y el tercero, Gaspar, que poseía el país de los árabes. Habiéndose reunido por obediencia al mandato de Dios, se presentaron en Judea en el instante en que María había dado a luz. Y, habiendo apresurado su marcha, se encontraron allí en el tiempo preciso del nacimiento de Jesús.

Y, luego que la Virgen recibió el mensaje de su impregnación por el Espíritu Santo, vio a los coros angélicos, que cantaban en loor suyo. Y, al verlos, se sintió llena de pánico a una que de gozo. Y, con la faz postrada contra la tierra, se puso a alabar a Dios en hebreo, exclamando: ¡ Oh Señor de mi espíritu y de mi cuerpo, tú tienes el poder de cumplir todas las voluntades de tu amor creador, y tú decides libremente de toda cosa conforme a tu albedrío! Dígnate condescender con las plegarias de tu esclava y de tu sierva. Atiéndeme y libra mí alma, por cuanto eres el Dios mi Salvador, y tu nombre, Señor, ha sido invocado sobre mí cotidianamente. Y, hasta este día, me he guardado en la santidad, en la justicia y en la pureza, ordenada por ti, y he conservado mi virginidad firme e intacta, sin ningún deseo de carnales mancillas. Y, ahora, hágase tu voluntad.

Y, habiendo hablado así, María se levantó, y dio gracias al Altísimo. Después de lo cual, pasó una hora. Y, como la Virgen reflexionase, comenzó a llorar, y dijo: ¿Qué prodigio nuevo, y que no se había visto en el nacimiento de ningún hombre, es el que se realiza en mí? ¿No me convertiré en la fábula y en el ludibrio de todos, hombres y mujeres? Heme aquí, pues, en la mayor perplejidad. No sé qué hacer, ni qué respuesta dar a quienquiera se informe de mí. ¿A quién me dirigiré, y cómo justificaré todo esto? ¿Por qué mi madre me ha parido? ¿Por qué mis progenitores me han consagrado a Dios, en la tristeza de su alma, para convertirme en objeto de reproche para mí misma y para ellos? ¿Por qué me han obligado a guardar virginidad en el templo santo? ¿Por qué no he recibido más pronto la sentencia de muerte, que me sacará de este mundo? Y, puesto que permanezco con vida, ¿por qué mis padres no me han dado en matrimonio, sin decir nada, como a las demás hijas de los hebreos? ¿Quién ha visto ni oído nunca cosa semejante? ¿Quién creerá que dé a luz una mujer que no ha conocido varón? ¿A quién, ni en público, ni en secreto, contaré sin reticencia lo que ocurre? ¿Podré persuadir, a fuerza de palabras, ni a casadas, ni a solteras? Si les revelo exactamente lo insólito de mi caso, creerán que me mofo, y, si hablo bajo la fe del juramento, juzgarán que soy perjura. Decir falsedades, me es imposible, y condenarme a mí misma, siendo inocente, es bien duro. Si se me exige un testigo, nadie podrá justificarme. Y, si repito por segunda vez mi declaración, diciendo la verdad, se me condenará a muerte con desprecio. Todos los que oigan mi declaración, prójimos o extraños, dirán: Quiere engañar, con vanos subterfugios, a los insensatos y a los irreflexivos. No sé qué hacer, ni quién me sugerirá una respuesta que dar a todos, con respecto a este asunto; ni cómo diré esto a mi marido, cuyo nombre he recibido por el matrimonio; ni cómo me atrever a tomar la palabra ante los sacerdotes y el pueblo; ni cómo soportará ser entregada, delante de todo el mundo, al aparato de la justicia humana. Si declaro a las casadas que soy virgen, y que he concebido sin la operación de un hombre, tomarán mis palabras por una burla, y no me creerán. ¿Cómo podré yo darme cuenta a mí misma de lo que me ha sucedido? Todo aquello de lo que tengo conciencia, es que mi virginidad está a salvo, y que mi embarazo es cierto. Porque el ángel del Señor me ha dicho la verdad, sin mentira alguna. No me ha engaño con vanas habilidades, sino que ha transmitido, exacta y sinceramente, las palabras pronunciadas por el Espíritu Santo. ¿Qué hacer, pues, ahora que me he convertido en objeto de censura y de reprobación entre los hijos de Israel? ¡Oh palabra asombrosa! ¡ Oh obra sorprendente! Oh prodigio terrible y desconcertante! Nadie creerá que yo no haya conocido varón, y que mi embarazo es un ejemplo. Y, si digo seriamente a alguien: Cree que estoy encinta, y que, sin embargo, permanezco virgen, me contestará: Sea. Yo creo que hablas exacta y sinceramente. Pero explícame cómo una virgen puede llegar a ser madre, sin que un hombre haya destruido su virginidad. Y, con estas pocas palabras, me pondrán en ridículo. Bien sé que muchos hablarán perversamente de mí, y que me condenarán a la ligera, a pesar de mi inocencia. Sin embargo, el Señor me salvará de las murmuraciones y de los ultrajes de los hombres.

Habiendo dicho estas cosas, María dejó de hablar entre sí. Y, levantándose, abrió la puerta de la casa, para ver si había por allí alguien que prestase oídos a las palabras que pronunciara anteriormente. Como no percibiese ningún ser humano, volvió al interior de la casa, y, tomando la escarlata y la púrpura que había recibido de manos de los sacerdotes, para hacer un velo del templo, se puso a hilarlas. Cuando terminó su obra, fue a llevarla al Gran Sacerdote. Y éste, tomándola de las manos de la Virgen Santa, le dijo: María, hija mía, bendita eres entre todas las mujeres, y bendito es tu seno virginal. El Señor magnificará tu santo nombre por toda la tierra. Tendrás preeminencia sobre todas las mujeres, y llegarás a ser la madre de las vírgenes. De ti vendrá al mundo su salvación. Así habló Zacarías. María se prosternó ante los sacerdotes y ante todo el pueblo, y, sumamente gozosa, regresó a su casa.

Y, cuando tuvo lugar la anunciación del ángel a María, el embarazo de Isabel duraba ya desde su comienzo el 20 de tesrín, lo que hace el 9 de octubre, y de esta fecha al 15 de nisan, es decir, al 6 de abril, habían transcurrido ciento ochenta días, lo que hace seis meses. Entonces comenzó la encarnación del Cristo, por la cual tomó carne en la Virgen Santa. Y un día, ésta, reflexionando, se dijo: Iré a ver a mi prima Isabel, le contaré todo lo ocurrido, y cuanto ella me diga, otro tanto haré. Y envió a José, a Bethlehem, un mensaje concebido en estos términos: Te ruego que me dejes ir a ver a Isabel, mi prima. Y José le permitió ir, y ella salió a escondidas a punto de amanecer y, dirigiéndose hacia las montañas de Judea, llegó a la villa de Judá. Y entró en la morada de Zacarías, y saludó a su parienta.

Y, cuando Isabel oyó la vez de María, su hijo saltó en su vientre. E Isabel, llena del Espíritu Santo, elevó la voz, y exclamó: Bendita eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tus entrañas. ¿De dónde que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, al llegar a mi oído tus palabras de saludo, mi hijo saltó en mi vientre. María, que tal oyó, levantó hacia el cielo sus ojos preñados de lágrimas, y dijo: Señor, ¿qué tengo yo, que todas las naciones me proclaman bienaventurada? ¿Por qué he sido puesta en evidencia entre todas las mujeres e hijas de los hebreos, y por qué mi nombre se hace célebre y famoso en todas las tribus de Israel? Y es que María había olvidado lo que el ángel le comunicara precedentemente.

Y María permaneció mucho tiempo en casa de Isabel, y, confidencialmente, le relató por orden todo lo que había visto y oído del ángel. Vivamente sorprendida, Isabel repuso: Hija mía, lo que me refieres, es una obra maravillosa de Dios. Pero atiende a lo que voy a decirte. No te espantes de lo que te ocurra, y no seas incrédula. Pensamientos, actos, palabras, todo, en esto, sobrepuja absolutamente al espíritu humano. Veme a mí, que estoy avanzada en edad y ya próxima a la muerte, y que, sin embargo, me hallo encinta, a pesar de mi vejez y de mis cabellos blancos, porque nada hay imposible para Dios. Cuanto a ti, ve silenciosamente a encerrarte en tu casa. No participes a nadie lo que has visto y oído. No lo cuentes a ninguno de los hijos de Israel, no sea que, llamados a engaño, te pongan en irrisión, ni tampoco a tu marido, no sea que lo hieras en el corazón, y te repudie. Espera que la voluntad del Señor se cumpla, y Él te manifestará lo que tiene intención de hacer.

Y María dijo: Obraré de acuerdo con tus recomendaciones. E Isabel añadió: Escucha y guarda el consejo que te doy. Vuelve en paz a tu casa, y permanece discretamente en ella, sin ir y venir de aquí para allí. Ocúltate al mundo, a fin de que nadie sepa nada. Haz todo lo que tu marido te ordene. Y, en tus apuros, el Señor sabrá prepararte una salida. No temas, y regocíjate. Así habló Isabel. María se prosterné ante ella, y volvió a su casa con júbilo. Y allí continuó muchos días. Y el niño se desarrollaba, de día en día, en su seno. Y, temiendo al mundo, permanecía perpetuamente escondida, a fin de que persona alguna se enterase de su estado."

(El Evangelio armenio de la infancia, V, 1-17)